Autor desconocido Siglo XVIII Escuela Cuzqueña Óleo sobre tela Donación: Sra. Raquel Miranda de Figueroa

La santidad es “un estado esencial de Dios”. Suele aplicarse, en sentido relativo, a hombres y a cosas (relicarios, escapularios, crucifijos, medallas, rosarios, objetos de devoción en general), para expresar que han sido consagrados a Dios.

El Museo del Carmen cuenta principalmente en sus colecciones de pintura e imaginería con numerosas representaciones de santos europeos e hispanoamericanos, donde destacan: San Sebastián, San Jerónimo, San Antonio de Padua, San Francisco de Paula y nuestra primera santa americana Santa Rosa de Lima, que fue canonizaron en 1671.

En las colonias Hispanoamericanas una de las temáticas fundamentales del arte colonial fue la hagiografía (vida de los santos), que permitió la evangelización por medio de una pedagogía visual de los principales acontecimientos de los santos, en el caso de la pintura; mientras que en la escultura se subrayan el naturalismo de la imagen y sus atributos.

Los santos pertenecieron a culturas muy diversas, procedían de distintas clases sociales, desempeñaron los más variados oficios o profesiones. Se diferenciaron unos de otros por los rasgos de su carácter y de su constitución física que se vuelven muy relevantes en la imaginería colonial, adquiriendo incluso características sincréticas como ocurrió con la representación de Santiago matamoros, que se convierte en Tunupa o Illapa dios del Rayo en las culturas andinas.

Partimos este mes con la representación de Santa Rosa de Lima perteneciente a la colección de pintura del museo, cuyo nombre secular fue Isabel Flores de Oliva (Lima, Virreinato del Perú, 1586-1617), sus atributos principales son una corona de rosas que emulan la corona de espina de Jesús y el ancla, debido a que en 1615, buques corsarios neerlandeses deciden atacar la ciudad de Lima, aproximándose al puerto del Callao. Ante esto, Rosa reúne a las mujeres de Lima en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario para orar por la salvación de Lima. Apenas llegada la noticia del desembarco, subió al Altar, y cortándose los vestidos y cosiendo los hábitos puso su cuerpo para defender a Cristo en el Sagrario. Misteriosamente el capitán de la flota neerlandesa falleció en su barco días después, y ello supuso la retirada de sus naves, sin atacar el Callao. En Lima todos atribuyeron el milagro a Rosa y por ello en sus imágenes se le representa portando a la Ciudad sostenida por el ancla. Pasó los últimos tres meses de su vida en la casa de Gonzalo de la Maza, en este lugar se levanta el Monasterio de Santa Rosa de Lima.

Murió de tuberculosis a los 31 años. El día de sus exequias y entierro, los devotos se abalanzaban sobre su cuerpo para arrancarle la vestimenta en busca de un recuerdo, aclamándola como santa. Hoy sus restos se veneran en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Lima (Santo Domingo), con notable devoción del pueblo peruano (y de América) que visita la Capilla dedicada a su culto en el Crucero del Templo dominicano.

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